Belén Flaquer
¡Hola! Me alegra mucho que hayas llegado hasta aquí. Contarte quién soy no es fácil, pero lo intento desde un lugar sincero. Porque no soy solo psicóloga, ni solo instructora de yoga, ni solo una mujer que ama el autocuidado… Soy muchas cosas a la vez. Y he transitado un camino largo para poder decir eso con seguridad y orgullo.
Durante mi cuarto año de una carrera del área comercial, en medio de un viaje mochilero por el norte de Chile y Argentina, me di cuenta de que algo no estaba bien. Había sido siempre buena alumna, ordenada, aplicada… pero no sentía conexión real con lo que hacía. Conocer otras formas de vivir, otras maneras de pensar, fue como un sacudón. Algo se movió dentro mío, una incomodidad que ya no podía ignorar. Y aunque parecía una locura, dejé la carrera. Me fui a recorrer Latinoamérica por un año. Y fue la mejor decisión que pude haber tomado. Ahí aprendí a escuchar mis intuiciones más profundas, esas que vienen del cuerpo, del estómago, de las entrañas.
Al volver, empecé psicología. Por fin sentí el placer de aprender algo que realmente me hacía sentido. Desde entonces no he parado de formarme: en psicoterapia, en yoga, en meditación, en arteterapia… porque creo en una vida en donde mente, cuerpo y alma caminan juntas.
Pero no siempre fue así.
Mi historia está marcada por una infancia donde (creo) estuve desconectada. A los 8 años me sacaron de mi ciudad natal –una ciudad pequeña de sol, playa y libertad– para mudarnos a Santiago, capital de Chile. Llegamos en invierno, todo era gris y frío. Mis papás trabajaban y estudiaban, llegaban tarde en la noche, y yo pasaba muchas horas sola. Me costó adaptarme al colegio, al ritmo, al idioma (era un colegio donde TODO era en inglés), a las miradas. Recuerdo dolores de estómago casi diarios. Ahora sé que era ansiedad. Pero nadie hablaba de eso en ese entonces. Y yo aprendí a mostrarme “bien”, aunque por dentro no era tan así.
Durante mi adolescencia esa ansiedad se fue transformando. Se volvió atracones de comida, uñas comidas hasta sangrar, una crítica interna feroz hacia mi cuerpo. Pasé muchos años peleando con mi imagen en el espejo, sobre todo después de una cirugía que me dejó cicatrices físicas… y emocionales. Fue una época difícil, de silencios, de desconexión, de buscar aprobación en lugares que no me hacían bien.
Pero algo en mí siempre supo que quería algo más. Algo distinto.
Y ahí apareció el yoga. Y después la psicoterapia. Y después la danza, el arte, los rituales, las conversaciones honestas, los viajes en soledad, los cuadernos escritos hasta el cansancio… Ahí empezó un camino profundo de regreso a mí misma.
Hoy puedo decir que estoy en un lugar mucho más amoroso. No perfecto. No sin tropiezos. Pero real.
He aprendido a escucharme, a sostenerme, a crear espacios donde otras también puedan hacerlo. Espacios donde no haya que estar “bien” para ser bienvenida. Donde la vulnerabilidad no sea un problema, sino una puerta.
Por eso creé este espacio. Porque sé lo que es sentirse perdida, insegura, exigida. Y también sé que hay otro camino. Uno donde la autenticidad, el autocuidado y la conexión con el cuerpo se vuelven brújulas para volver a casa.
Si estás aquí buscando algo de eso, te abrazo. Y si resuenas con esta historia, me encantaría caminar contigo un tramo.